La miopía de que tomar esté bien visto

Hace tiempo que vengo hablando con amigos sobre la miopía que tenemos en esta sociedad sobre el alcohol y los jóvenes. No importa la clase social, no importa la geografía, nada importa. Y es grave. También repito que hasta que no ocurran cosas graves, como sociedad no vamos a caer en la trampa en la que vivimos.

Leí esta nota de Pablo Vaca en Clarin.com y creo que resume mi pensamiento. Me gustó también una mirada más profesional con estadísticas sobre el alcohol y comparación con otros países.

Se que es un texto muy largo. Creéme, vale la pena.

La miopía de que tomar esté bien visto

Por Pablo Vaca (Clarin)

Es la llamada que los padres rogamos no recibir jamás. Esa, a la madrugada, en la que un amigo de tus hijos te avisa que algo muy malo acaba de pasar. Esa, la que atendieron el sábado a las 6 de la mañana Graciela y Silvino, los padres de Fernando Báez Sosa.

Como hicimos tantos, ellos deben haber charlado sobre si estaba bien o no que su hijo de 18 años se fuera solo (es decir, con amigos, sin adultos) a la playa. Deben haber charlado sobre eventuales peligros. Del posible descontrol. Deben haber pensado, como hicimos tantos, que bueno, que confiaban en su hijo, que sabría cuidarse.

¿Cómo prever que 10 imbéciles borrachos devendrían asesinos? No hay manera. Ni los propios padres de los chicos detenidos pueden haberlo pensado.

La de Fernando, una de las tantas muertes absurdas que nos toca sufrir en la Argentina, debe abrir más de un debate. Uno de ellos, sobre un gran problema que expuso el crimen: la relación que tenemos con el alcohol.

Pocos números dicen bastante. Según datos de la Sedronar de 2017, el 53% de la población de 16 a 65 años toma bebidas alcohólicas. Seis de cada 10 adolescentes escolarizados beben (en Estados Unidos, no llegan al 20%). Y pese a todo, no hacemos nada, o casi nada: la decisión de este miércoles de Gustavo Barrera, intendente de Villa Gesell, de prohibir el consumo de alcohol en la calle y en la playa, es bienvenida y a la vez tardía.

Las previas están institucionalizadas hace mucho. Los chicos (nuestros hijos) se reúnen en una casa, llevan alcohol y salen más o menos borrachos al boliche a una hora en que los boliches de buena parte del mundo están cerrando. Los grandes cenamos con alcohol y después protestamos si nos detiene un control de tránsito. Basta que alguien diga que no toma para que los demás lo miren como si fuera un enfermo terminal.

En la Argentina, tomar está bien visto.

Es cool, viril para los hombres y femenino para las mujeres, sofisticado, da sentido de pertenencia, estatus. O así lo sentimos.

Funcionó y funciona como símbolo de entrada a la adultez. Que te permitan tomar es señal de que creciste. Y empezamos a tomar sin haber crecido.

Ahora bien, hay medidas concretas que se podrían disponer si coincidiéramos en que esto debe cambiar. “Una medida debería ser regular la publicidad, que es excesiva. Por otro lado, países como Estados Unidos tienen prohibida la venta de alcohol a menores de 21, y no de 18, como acá. Otro tema son los lugares de expendio: en el norte de Europa no se puede comprar alcohol en todos lados (supermercados, quioscos), lo que disminuye el consumo”, suma Carlos Damin, jefe de Toxicología del Hospital Fernández. La restricción publicitaria probó ser exitosa con el cigarrillo.

En Australia, un país con problemas con el consumo de alcohol, los mozos deben hacer un curso si quieren estar habilitados para servirlo. Y si ven a un cliente borracho o a punto de estarlo, no le sirven más, porque podrían recibir una multa importante. En Finlandia, donde también vienen bajando las cifras, el alcohol cuesta un 82% más que el promedio del resto de Europa. En Rusia, donde el asunto es grave, la publicidad de bebidas alcohólicas está prohibida.

Acá, el silencio oficial ante el asesinato de Fernando puede tomarse como indicador de la importancia que institucionalmente se le presta al tema. La titular de la Sedronar, Gabriela Torres, advirtió por el consumo de alcohol entre los adolescentes, pero no mucho más. El Instituto Nacional de la Juventud, a cargo de la futbolista de San Lorenzo Macarena Sánchez Jeanney, no emitió palabra. El funcionario de más alto rango que habló fue el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, y se desgració diciendo que el crimen había sido “una desgracia”.

Demasiada liviandad para un problema tan pesado.

Que dicen los expertos

Un informe de 2018 de la Organización Mundial de la Salud reveló que Argentina está entre los países que tienen el consumo per cápita más alto del mundo: 9,8 litros (según datos de 2016). Y que las cifras aumentan en la franja etaria entre 15 y 19 años.

El licenciado en Psicología Miguel Espeche coordina el Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano. Trabaja, además, la temática de adolescencia y consumos problemáticos. El experto asegura que el consumo de alcohol es una de las causas que produce los actos que se vivieron recientemente, pero no la única.

“Hay corrientes que ven al alcohol como el agente primordial de estos episodios. Otras -entre las que me encuentro-, que si bien no dejan de ver al alcohol como un elemento químico que, bebido socialmente y comercializado, es favorecedor de ese tipo de situaciones, se preocupa por qué es lo que habita en esa violencia. Es decir, qué es lo que hace transparentar”. En este sentido, aclara: “El alcohol por sí solo no genera violencia: es una condición propiciatoria, pero no la única. Son factores preexistentes los que hacen que llevan a la violencia”.

En cuanto a los jóvenes, sabe que es cada vez más temprana la edad en que empiezan a consumir. Espeche está convencido de que “no hay que tenerle miedo al alcohol”, sino que hay que actuar con prudencia y enseñar al respecto; con un rol fundamental de los padres y el Estado, “escuchando lo que los y las adolescentes tienen para decir”. “Muchas veces toman como forma de integrarse, para evadir la timidez; también para quitar la angustia, la ansiedad, las penas. (…) Por otra parte, se ha inducido sobre todo en los últimos tiempos, al alcohol como un elemento cool, de pertenencia”, agrega. Con estas palabras, introduce el tema de la propaganda y la presión social que pesa, especialmente, sobre los más chicos.

“Los adolescentes buscan epopeyas. Creo que es un proceso natural, pero nosotros, como grandes, podemos decirles que atraviesen ese proceso de otra forma. No es de ‘poderoso’ o ‘bancársela’ subordinarse al mercado de ventas de alcohol. Como tampoco que los varones tengan que ‘demostrar hombría’ o valentía permanentemente y subordinarse a esas reglas de juego”.

“Es discutible la forma que tienen las empresas para vender, mostrando al alcohol como motivo permanente de reunión y algarabía. De todas formas, soy más crítico con las bebidas que ‘les dan alas’ a los chicos, que con las publicidades de las cerveceras, por ejemplo. La idea de masificación (‘si todos lo hacen, vos lo tenés que hacer’) para encarar un producto no es solo patrimonio de las empresas que comercializan alcohol. Me parece hipócrita centrarlo solamente en ese terreno. Ahora, si a través de la toma de conciencia por el último aviso de Brahma se hace una crítica general a la publicidad, lo veo bárbaro”. Espeche hace alusión a la publicidad -que debió ser dada de baja- donde una chica que “se sentía afuera” por no tomar cerveza era “bautizada” a la fuerza por un hombre, que la obligaba a beber una lata.

La psicóloga Marisa Russomando (M.N. 23189) también aporta su perspectiva. “Las publicidades tienen incidencia en los adolescentes y jóvenes, como en todos, pero estos muchas veces carecen de una mirada crítica. Las publicidades de alcohol deberían tener las mismas restricciones que los cigarrillos. Hasta daría un paso más y evitaría cierto tipo de mensajes, donde todos están contentos, tan jóvenes y tan bellos”.

“Tenemos que apuntar a que los chicos y chicas se posicionen con mirada crítica y sentido común frente a estos y otros contenidos, pero también a la hora de decir ‘con esto no me meto’, ‘yo no tomo’ o ‘yo tomo, aunque freno antes de hacerme mal’”, añade.

La especialista en crianza y familia es partidaria de que el consumo de alcohol “es una de las grandes explicaciones de por qué se llega a tanto” en los últimos episodios de violencia. “Los jóvenes, más aún en grupo, se animan a cosas que de otra manera no harían. Pero, además, hay un bloqueo emocional; y, por otro lado, caen los filtros sobre lo que está bien y lo que está mal”.

Para Russomando, la prevención debe provenir de las familias -que deben marcar límites, sostener el ‘no’ y siempre brindar contención afectiva-, el Estado -que debe generar y garantizar programas y un acompañamiento adecuado- y las escuelas. La especialista propone pensar al bullying como “prólogo a estos actos de violencia” e insiste en poder identificar el problema y los actores a tiempo, para “ayudarlos a cambiar de posición por una más saludable”.

María Silvia Dameno, licenciada en Psicología, cree que entre los culpables de estos “combates” entre jóvenes “se debe buscar a los dueños de los boliches y los intereses que hay para vender y publicitar una droga legal”. “Los adolescentes son muy vulnerables a las presiones de las publicidades y los medios: si no lo hacés, no pertenecés; y tenés que pertenecer para sentir que existís”. A la vez, menciona una “presión de la manada” y brinda un dato fuerte: en nuestro país, la gente empieza a beber entre los 13 y 14 años. “Deterioran su sistema nervioso, cuando todavía se está formando. Se daña la materia blanca, la conexión neuronal y la corteza frontal, la parte que corresponde al control de los impulsos”, advierte. La versada cuenta que en España existen programas (“Noches con imaginación”) que impulsa a los menores a buscar planes nocturnos y en grupos sin ningún tipo de estupefaciente: a cambio, se les brinda descuentos y facilidades para que accedan a recitales y otras actividades culturales.

“El consumo de alcohol simula una autoestima y una sensación de poder y de invencibilidad, que hace peligroso el exceso, particularmente en adultos jóvenes y adolescentes; sobre todo si hay consumo de una sustancia agregada como psicofármacos u otras de las ilegales, que genera cuadros de agresividad”. El que habla es Carlos Damin, Doctor en Medicina, Jefe de Cátedra de Toxicología (UBA), Jefe de Toxicología del Hospital Fernández y Director de Fundartox.

“Hay varias medidas de salud: una de ellas debería ser regular la publicidad, que es excesiva. Porque aunque está cuidado que no se usen adolescentes como protagonistas, muchas están dirigidas hacia ellos y ellas. Por otro lado, no debemos olvidarnos que países como Estados Unidos tienen prohibida la venta de alcohol a menores de 21, y no de 18, como ocurre acá. Otro tema son los lugares de expendio: en el norte de Europa no se puede comprar alcohol en todos lados (supermercados, quioscos), lo que disminuye el consumo”, explica. Para él, “el alcohol es un facilitador” o factor “portero” a situaciones de riesgos (desde accidentes de tránsito, hasta el contagio de enfermedades de transmisión sexual). Su definición es clara: “En la sociedad argentina faltan pautas de cuidado en general y el Estado debe tener una presencia mayor”.

En 2019, el gobierno publicó un Diagnóstico sobre el consumo de alcohol en Argentina y recomendaciones para la puesta en marcha de políticas sanitarias. El documento sugería una serie de políticas para contrarrestar las consecuencias nocivas sobre consumidores y terceros. Una de ellas, era reforzar educación, concientización y sensibilización sobre el tema. Otra, se dirigía a establecer prohibiciones a la publicidad y promoción de la bebida; así como al agregado de rotulados y advertencias a los envases. Por último, apuntaba a mejorar la atención integral a los usuarios dependientes; y a la implementación de medidas fiscales, restricciones a la disponibilidad de alcohol en los establecimientos, fiscalización del control de venta a menores de 18 años, controles más severos para los automovilistas y el intercambio de estrategias con otros países.

En definitiva, el Diagnóstico definía al uso excesivo de alcohol como un problema de salud pública, que requiere un abordaje multifacético. De esta forma puede entenderse la relación entre su uso abusivo y los episodios lamentables que tomaron lugar en la costa bonaerense en los últimos días. Y trabajar así, desde distintos aspectos (económico, cultural, social, escolar e institucional), para que no vuelvan a ocurrir en el futuro.